La vida es Vivir

Desde la ciencia de la psicología son diversos los enfoques que pretenden estudiar e investigar al ser humano tanto para afrontar la enfermedad mental como para propiciar una mayor salud mental. Durante mucho años se ha relacionado la salud simplemente con ausencia de enfermedad hasta que en 1948 la Organización Mundial de la Salud replanteó éste término más allá de la ausencia de enfermedad y especificando que tener salud también implica trabajar por el bienestar físico, social y mental de los individuos.

En nuestro día a día nos encontramos inmersos en un estrés que no siempre nos permite ver (o no siempre nos permitimos ver) que no llevamos una vida “saludable” teniendo en cuenta todos los ámbitos que engloba tener salud. Las alarmas saltan muy rápido cuando realizamos conductas que amenazan más directamente a la salud física como fumar, padecer sobrepeso o un resfriado común, por ejemplo. Pero, ¿qué ocurre con nuestra salud mental? Tendemos a pensar que sólo en el momento de presentar dificultades significativas y que afectan a nuestra conducta o nuestro estado de ánimo es el momento de investigar qué nos está ocurriendo e intentar ponerle remedio. Existe una tendencia a pensar qué sólo cuando nos vemos al borde del abismo es el momento de pensar por qué he llegado hasta allí… Sólo cuando nos duele la cabeza buscamos tomar un analgésico; sólo cuando creo que me sobran unos kilos de más me pongo a dieta y sólo cuando me desborda la ansiedad o estoy profundamente triste sin motivo aparente busco remedios para aliviarme.

Ante esto cabe preguntar, ¿qué hacemos cuando somos conscientes de que no estamos en el abismo pero nos gustaría compartir que no nos sentimos bien? ¿Qué hacemos con aquello que está en nuestro día a día y perturba nuestro bienestar  emocional? ¿Qué “tomamos” cuando tenemos dificultades en la comunicación con los demás, miedo a ser rechazados, cuando tenemos una profunda dependencia o nos sentimos desorientados en la vida? Normalmente nada, asumimos que dicho malestar forma parte de nuestra vida como algo normal, tan normal que ni le prestamos atención. Y en parte es así, la vida nos propicia espacios de dicha y sufrimiento, pero quizás no estemos escuchando la sabiduría que viene de cada uno de ellos.

Vivimos en una sociedad donde nuestras emociones no siempre son bien recibidas ni escuchadas, donde no siempre pueden abrirse caminos y ocupar el lugar que les corresponde. Emociones como la alegría, la sorpresa, la tristeza o el miedo están en nuestra especie desde mucho antes que nuestro raciocinio, que nuestra capacidad de pensar y , sin embargo, hemos olvidado la importancia de escucharlas, de entenderlas y de sentirnos libres de tenerlas. En su lugar estamos sometidos a juicios constantes respecto a lo que significan y a su expresión. Todos hemos escuchado alguna vez que hay que hacer lo posible por no estar triste porque eso no está bien, o que no podemos mostrar nuestros miedos porque nos tacharían de débiles. En realidad nuestras emociones no entienden de bondad o maldad, y estas etiquetas son meramente sociales y culturales. Todas las emociones que habitan en nosotros, sean más o menos agradables, están ahí porque tienen una función y forma parte de nuestro bienestar mental y emocional el que pongamos consciencia en conocerlas y entender cómo influyen en nuestro día a día, en cómo pensamos y en cómo vivimos nuestra vida. Obviar esa parte de nosotros mismos, reprimir emociones y aparentar que en nuestra vida todo está bien sólo nos lleva estar cada vez más desconectados con nosotros mismos, con lo que realmente somos y sentimos.

La vida no es sólo sobrevivir, levantarnos por las mañanas, trabajar, estudiar, criar a nuestros hijos, buscar trabajo, amar, odiar, cansarnos frustrarnos, caer y levantarnos una y mil veces. La vida es vivir. Y vivir plenamente y apostar por encontrar bienestar también en un plano psicológico implica tomar consciencia de la vida que llevo, las heridas que tengo y hacia donde quiero llegar. Vivir y tener salud emocional implica llevar a cabo acciones que nos permitan sentirnos satisfechos con nosotros mismos y con los demás.

Desde las propuestas de crecimiento personal humanista se propone justamente este propósito: tomar conciencia de mí mism@, de cómo me siento, de cómo pienso y de cómo actúo conmigo mismo y con mi entorno para poder sentirme libre, satisfech@ y plen@ en mi vida, para que pueda disfrutar de una sana autoestima, una buena salud emocional, liberarme de miedos internos y externos y fomentar mis virtudes, mis fortalezas y mi creatividad.

Conocernos a nosotr@s mism@s, con nuestras virtudes y nuestros defectos, poner atención, responsabilizarnos y aceptarnos tal y como somos nos abre caminos hacia horizontes que nunca habríamos imaginado, nos da valor y fuerza para enfrentarnos a las dificultades con otra perspectiva, de no pasar por la vida simplemente sobreviviendo, sino también viviendo. Conocernos a nosotros mismos nos permite liberarnos del sufrimiento innecesario, nos permite explorar y aceptar el sufrimiento sin miedo, nos permite amarnos y conocer nuestro potencial.

No necesitamos estar “enfermos” para querer sentir la salud en su máxima expresión, también desde una perspectiva emocional y  de desarrollo humano. Y ahora, ante el panorama de cambio social y crisis global, es el momento de sacar nuestra mejor versión de nosotros mism@s, de invertir en nosotros mism@s. Es el momento de imaginar, sentir y crecer personalmente…

¿Comenzamos el camino? Ya se atisba una puerta abierta hacia tí…

por Almudena Sánchez, psicóloga.

Ilustración: Carlos Guerrero

 

Recent Posts

Deja tu comentario